Historias en Colombia

En busca de paz

Desplazados y marginados por décadas de guerra, algunos colombianos están reconstruyendo su vida —y sus bosques— mediante la ganadería sostenible.

Por: Lisa Palmer - Imágenes por: Juan Arredondo

UN DÍA EN 1999, Mercedes Murillo Gutiérrez supo por qué razón sus hijos no habían querido asistir a la escuela por varios meses. Insurgentes de inspiración marxista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se habían matriculado como estudiantes en su escuela y habían comenzado a reclutar forzosamente a sus compañeros para ser combatientes de la guerrilla en la guerra civil del país. Líderes guerrilleros le dijeron a Murillo que su hijo y dos hijas adolescentes tendrían que unirse al Frente 27 y que ella solo podría quedarse con su hija menor que tenía siete años.

El día señalado Como parte del programa de reparación, el gobierno colombiano le ofreció a Mercedes Murillo Gutiérrez una parcela cubierta de matorral para criar ganado.

Al día siguiente, se despertó temprano y caminó dos horas hasta el siguiente asentamiento, donde su hijo trabajaba como jornalero. Ella relata, “Llegué allí y mi hijo me abrazó y me dijo, ‘Dios te bendiga, madre, por venir. Me van a matar. Vámonos’”.

Murillo abandonó la pequeña venta de arepas de la que era propietaria y la manera en que se ganaba la vida como madre soltera en Granada, departamento del Meta, en lugar de arriesgarse a perder a sus hijos. Ella huyó con ellos para hacer una nueva vida en otro lugar.

Map of Colombia land use
TIERRA DE ABUNDANCIA Del doble del tamaño de Texas, Colombia alberga casi un 10% de las especies de plantas y animales del planeta, muchos de los cuales están concentrados en las montañas de los Andes y en la selva amazónica. © Mapping Specialists, Ltd.

El conflicto en Colombia desplazó a millones

La guerra comenzó en las selvas colombianas a mediados de los años 60, tras una década de violencia política. Por 52 años, las FARC, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y otros grupos se enfrascaron en una sangrienta campaña guerrillera en las zonas rurales, realizando ataques con emboscadas a fuerzas del gobierno y financiando sus operaciones a través de la la imposición de impuestos y la producción y tráfico de droga, así como el cobro de rescates por secuestros. En ese tiempo, narcotraficantes como Pablo Escobar llegaron al poder y contribuyeron al caos.

Incluso antes de que la guerra con las FARC comenzara a disminuir en el año 2016, el gobierno colombiano —con la ayuda del Banco Mundial, grupos de ganaderos y otras organizaciones— procuró mejorar el desarrollo económico y las oportunidades educativas de la población pobre en zonas rurales. A principios de la década del 2000, el gobierno les ofreció a colombianos desplazados, terrenos baldíos del Estado y parcelas de tierra en propiedades que habían sido incautadas a narcotraficantes y lavadores de dinero.

En el año 2004, Murillo aprovechó la oferta del gobierno y se reasentó en el caserío La Guardiana, cerca al pequeño pueblo de San Martín, en el Meta. Cuando llegó a su parcela lo que ella vio fue un matorral inhóspito.

Mercedes Murillo Gutierrez
TRAYENDO VIDA DE VUELTA Después de retornar a bosque una porción de su finca, Mercedes Murillo Gutiérrez (derecha) ha visto un notorio aumento de vida silvestre regresando a su hábitat natural.

Mercedes Murillo Gutierrez, la ganadera que por fin puede soñar

Mercedes Murillo Gutiérrez se recuesta en una mecedora. La mujer de 55 años, madre de cuatro hijos, se lesionó la espalda levantando una pesada bolsa de alimento para el ganado a finales del verano; una de las múltiples lesiones sufridas desde que comenzó como peón de hacienda a los siete años de edad.

“Yo he trabajado toda mi vida como un hombre. Tuve mi primer par de zapatos, unas chanclas, cuando empecé a trabajar”, dice ella, con una amplia sonrisa. Y muestra las cicatrices de ese tiempo, en un pie y en un brazo; cicatrices causadas por sus propios errores manejando un machete y cicatrices de los castigos de sus padres. “Cuando era niña, yo no tenía sueños”, dice ella. “Siempre tenía hambre. Nunca fui a la escuela. Siempre estaba trabajando”.

Madre a los 16 años, Murillo desempeñó diversos trabajos, incluyendo turnos de 12 horas como jornalera y después como microempresaria, haciendo arepas. En 1999, tres de sus cuatro hijos estuvieron a punto de ser reclutados forzosamente por las guerrillas locales. Ella huyó con ellos a una población cercana donde trabajó para una empresa de buses hasta cuando recibió tierra del gobierno en 2005.

“Ser dueña de una finca no ha sido fácil”, dice ella. Pero logró hacer  una vida a la que nunca habría aspirar cuando era niña. Inicialmente, su terreno no podía darle sustento al ganado, pero cuando el programa de ganadería sostenible comenzó su segunda fase en 2012, Murillo comenzó a asistir a las reuniones y aprendió cómo mejorar su labor. Ella se unió al programa y se comprometió a mantener vegetación natural en una porción de su finca a cambio de ayuda financiera y asesoría técnica. Recibió cercas eléctricas para impedir que las reses entraran a los arroyos y para rotarlas a diferentes pastizales antes de que el pastoreo fuese excesivo y se agotase el pasto. Durante varios años ha plantado miles de árboles y arbustos. Hasta ahora, la mitad de su finca está sembrada de árboles esparcidos y ha podido darle sustento a 26 reses, aunque ella cree que si tuviera más recursos para plantar más, podría alimentar más reses.

“La energía que siente cuando está en la finca es su mayor recompensa por reforestar su tierra”, dice Murillo. Ella describe la finca en términos de los árboles y el agua, y de la tranquilidad que le ha dado. “Yo voy a sembrar árboles toda mi vida”, dice ella.


Hoy en día, la finca de Murillo está llena de arbustos y 2.300 árboles brindan sombra a su hato de diez reses. Sus pastizales son gruesos y llenos de nutritivos pastos. Esa transformación fue posible gracias a un programa innovador que vincula la financiación internacional del desarrollo con conocimiento y experiencia en la protección del medio ambiente.

Andrés Zuluaga, quien lidera los esfuerzos de The Nature Conservancy para crear programas de ganadería sostenible en Colombia, dice que la decisión de reasentar a refugiados como productores agropecuarios tenía como fin generar estabilidad, pero ubicar a miles de agricultores y ganaderos sin entrenamiento alguno en parcelas de suelo degradado, sin ninguna educación ni ayuda, ha generado ciertos problemas. La agricultura en Colombia fue llevada hasta los bosques y pastizales. Convertir las tierras silvestres en pastizales y ubicar reses en terrenos mal atendidos dio lugar a la pérdida de hábitat para la vida silvestre y el pastoreo excesivo erosionó el suelo y produjo la escorrentía que obstruye el cauce de los ríos.

Hoy en día, TNC, el gobierno y los ganaderos mismos están tratando de mejorar esta situación, esforzándose para que sus fincas sean sostenibles y, al mismo tiempo, más productivas.

Refugiados aprenden ganadería sostenible  

Zuluaga brinca en el asiento de un camión blanco todo terreno, que se dirige por un camino de surcos de tierra a San Martín, Meta. Un conductor alto, de hombros anchos —un ex policía de Bogotá— conduce a través de un túnel de árboles. El conductor se detiene para tomar fotos con el teléfono celular que tiene instalado en el tablero del camión y le envía las fotografías a su madre que está en la ciudad para que ella vea la profundidad de la selva por la que están viajando.

Farm Rosania uses native plants to contain cattle
De bosques a cultivos TNC ayuda a ganaderos colombianos a adoptar prácticas de ganadería sostenible para reducir impactos en sus terrenos y aumentar la productividad de su ganado. En esta finca del Meta, cercas vivas de plantas nativas retienen el ganado, conectan el bosque y crean corredores de biodiversidad.

Abarcando la confluencia de la selva amazónica, los pies de la Cordillera de los Andes y la altillanura al oriente del Orinoco,  el departamento del Meta alberga uno de los ecosistemas más biodiversos del planeta; es rico en bosques, abundante agua y suelo productivo.  

En zonas rurales es usual ver bandadas de papagayos o monos ardilla y escuchar monos aulladores. A principios de la década del 2000, éste Jardín del Edén era regido en gran parte por los paramilitares y, durante el conflicto, la zona se convirtió en un botín de guerra donde los cultivos ilícitos como la coca financiaron a grupos armados.

A pesar de que las FARC hicieron parte de un acuerdo de paz con el gobierno de Colombia en el 2016, bandas de criminales altamente organizados y facciones disidentes de las FARC continúan operando en el sur de la región donde prolifera el cultivo ilegal de coca. El campo puede ser un lugar muy peligroso para trabajar. La violencia ha desplazado al menos a 39.000 personas en todo el  país en el 2019 y continúa afectando la vida rural.

Zuluaga se dirige a la finca de Blanca Raquel  Guerrero, de un poco más de 20 hectáreas, la cual es un centro de distintos tipos de aprendizaje para otros ganaderos  en la zona. Al igual que Murillo, Guerrero escapó de la violencia guerrillera.

Una media noche, en diciembre de 1998, embarazada, Guerrero huyó a pie, con su esposo y sus niños pequeños cruzando una montaña y caminando a lo largo de un río, para llegar a la relativa seguridad de San Martín, al amanecer. Años después, el gobierno le otorgó tierras que antes eran de narcotraficantes.

Cuando llegó a la finca que ella llama Sión, lo único que había eran matorrales inhóspitos y no había árboles. Ella recibió una vaca del programa del gobierno para comenzar. “No teníamos comida,” dice ella.

Con el poco dinero que tenía y las plantas que obtuvo a través de programas agrícolas, sembró cítricos, mango y marañón, entre otras especies, para alimentar a su familia y, al tiempo criar ganado de leche y carne. Los años siguientes, Adamen crió hastajjgg 10 reses que se alimentaron con pastos de matorral, pero cada verano los pastos se marchitaban con el ardiente sol, el pozo se secaba y algunas reses morían. Aunque el ganado pastaba en más de 20 hectáreas —2 hectáreas por res— la tierra no producía suficiente forraje para su sustento.

Cows on a sustainable ranch in Colombia
Cambio de escenario Los ganaderos que están usando prácticas sostenibles han mejorado más de 42.400 hectáreas de tierra en toda Colombia y reducido las emisiones de gases de efecto invernadero por lo menos en 1,6 millones de toneladas.

Todo cambió en 2012. Guerrero, Murillo y otros en la comunidad oyeron hablar de una reunión para compartir una nueva estrategia de ganadería que ofrecía ayudar a nuevos ganaderos a sacar el mayor provecho de sus modestas labores apoyándose en la naturaleza y los bosques para hacer sus fincas más productivas para el pastoreo.

Zuluaga y otros conservacionistas están tratando de ayudar a los agricultores a adoptar un sistema llamado manejo de sistemas silvopastoriles; una estrategia de pastoreo y conservación que permite criar ganado y pastos más sanos dando sustento a hatos más numerosos. Para lograrlo, se siembra una combinación de forraje, pasto, arbustos y árboles. Los animales que se alimentan de esta mezcla obtienen más alimento por hectárea que con pasto solamente, así que, en menos hectáreas pueden prosperar hatos más grandes. La sombra de los árboles reduce los efectos del estrés causado por el calor y aumenta la producción lechera. Estas ganancias permiten a los ganaderos reservar parte de su tierra para la conservación sin reducir sus ingresos.

En 2012, Guerrero se unió al proyecto Ganadería Colombiana Sostenible, un proyecto conjunto del Banco Mundial financiado por el Global Environment Facility y el gobierno del Reino Unido. Murillo siguió el ejemplo en 2015. La Federación Colombiana de Ganaderos, Fedegan, lidera el proyecto con tres socios con sede en Colombia: The Nature Conservancy, the Center for Research on Sustainable Agriculture Production Systems y Fondo Acción. En cinco regiones de Colombia, el programa silvopastoril ofrece capacitación a ganaderos en varias facetas de la estrategia de ganadería sostenible, incluyendo cómo sembrar árboles en hilera para crear cercas vivas, adaptar la mezcla de plantas a los suelos locales e instalar bombas solares para suministrar agua al ganado en los potreros.

Roxana Adamen Hernandez and Edilson Ortiz Arango
Éxito: Roxana Adamen Hernández y su esposo Edilson Ortiz Arango han usado prácticas amigables con el medio ambiente para criar su hato que ya cuenta con 16 reses.

Roxana Adamen Hernandez and Edilson Ortiz Arango, la familia que comenzó de cero

Adamen Hernández camina junto a una barrera de árboles nativos amarrada con una cerca eléctrica y mira sonriente a su esposo, Edilson Ortiz Arango. Él busca su mano y usa un palo para levantar un tramo de la cerca eléctrica para que ella pueda pasar al pastizal. Ellos están cerca del lugar donde reiniciaron su vida en el Meta después de ser desplazados por la guerra.

Quince años atrás, cuando llegaron a la finca que ahora llaman La Bendición, instalaron su campamento a varios metros de un pequeño arroyo, en la esquina más distante de su parcela de un poco más de 20 hectáreas; cerca de donde ahora se ve un enorme árbol de mango. Adamen expresa con gestos las dimensiones de su primer albergue, que consistía en un techo de lona plastificada y unas paredes de lona.

“Yo me puse a llorar cuando llegué y vi las condiciones”, dice Adamen. “Hacía demasiado calor. No teníamos agua. No teníamos baño. Todo era muy difícil”. Pero, sigue ella, éste iba a ser el hogar de una pareja y sus nueve hijos. “Y todos estamos vivos,” dice Ortiz.

Cuando vivía en Vista Hermosa, Meta, Ortiz recibió amenazas de que la guerrilla vendría por él si no se unía al conflicto armado. Tenía cinco días para unirse al grupo o convertirse en blanco militar. El hijo de 12 años de un vecino había sido reclutado por el grupo no hacía mucho y había muerto casi inmediatamente en la guerra. “Primero van a venir por mí y luego se van a llevar a nuestro hijo”, recuerda él. La pareja tomó la decisión de irse, aunque perdieron todo, incluyendo un hato de 45 reses y su hogar.

Después de varios años de estar desplazados, la familia se reasentó en un poco más de 20 hectáreas que les otorgó el gobierno. Con el tiempo, la pareja ganó lo suficiente para comprar sus propias reses. Hoy en día, están criando su hato de 16 reses en un sistema silvopastoril de unos 2.300 árboles dispersos y cercas vivas de plantas perennes y especies de forraje.

Casi todos los hijos se han mudado a poblaciones cercanas, pero su hija les pide que nunca vendan la finca. Cuando ella viene a visitarlos con su familia, arman una carpa y acampan junto a la casa que Adamen y Ortiz, con el tiempo, construyeron.

“Gracias a Dios estamos vivos”, dice Adamen. “Si no hubiéramos venido aquí, la historia sería distinta. Esa es la bendición. Comenzamos de cero y Dios nos ha recompensado con este pedazo de tierra”.

 


“La ganadería se ha extendido de mala manera en Colombia y ha dado como resultado la deforestación extensiva”, dice la ecóloga territorial Silvia Álvarez, coordinadora de paisajes sostenibles para WCS Colombia. Esa es la razón por la cual están surgiendo iniciativas para convertir el pastoreo en terrenos abiertos a sistemas silvopastoriles en lugares estratégicos.

A cambio de entrenamiento, “los ganaderos firman un acuerdo de conservación para proteger bosque o humedales en la finca. Y en la zona de pastoreo [ellos siembran] árboles y arbustos que sirven como forraje para el ganado”, dice Zuluaga. Los ganaderos trabajan con la iniciativa silvopastoril para recuperar bosques, crear corredores para la vida silvestre y zonas de amortiguación en sus tierras para reducir la cantidad de sedimento que cae a los arroyos.

“Estos ganaderos han aprendido a proteger la tierra, promover la productividad del ganado de leche e incrementar la conectividad de los paisajes agrícolas”, dice Zuluaga. “Sus árboles y plantas se han convertido en peldaños para la biodiversidad a fin de crear un mosaico de zonas naturales”.

A medida que son mejores protectores de la tierra, en sus propiedades crece una variedad de árboles y plantas que además dan sustento a la vida silvestre. Y si este proceso se puede repetir en miles de fincas en todo el país, ésta será la manera de reconstruir un mosaico de bosques que había sido talado.

Edilson Ortiz Arango uses towing chains to extract his tractor from deep mud
Hasta las rodillas en el cambio Los ganaderos que promueven sistemas agrícolas sanos pueden ganar hasta tres veces más de ingresos anuales que quienes practican métodos de ganadería tradicionales, lo cual es la principal causa de la deforestación en Colombia. En la foto: Edilson sacando su tractor del barro con una cadena.

But getting farmers and ranchers, who already live on thin profits, to invest money in their land often takes some convincing.

Los ganaderos reciben apoyo financiero por transformar sus pasturas  

Aunque mucha gente asocia la agricultura colombiana con el café, dice Zuluaga, la ganadería ocupa actualmente el 80% de las tierras agrícolas del país, cubriendo unos 35,6 millones de hectáreas. Con un promedio de una res por 1,4 hectáreas, los ganaderos convencionales necesitan extensos pastizales solo para subsistir.

Guerrero es una líder comunitaria entre la gente desplazada y a menudo invita a otros a su finca para aprender unos de otros. Muchos como ella crecieron en zonas rurales, pero nuna aprendieron el manejo del ganado y menos aún cómo administrar una finca.

Agricultores y ganaderos que visitan la finca de Guerrero pueden ver su progreso con sus propios ojos. Hasta ahora, ella ha sembrado 6.000 árboles, entre ellos especies como el yopo y el búcaro, que aportan nitrógeno al suelo y nutren a los animales.

Ella ha establecido vastas franjas de plantas de forraje perenne como el botón de oro que tiene flores de color amarillo fuerte y ha sembrado una mezcla de pastos que crecen casi hasta la altura de sus hombros cuando se rota al ganado para que paste en otro potrero.

Blanca Raquel Guerrero
LÍDER: Blanca Raquel Guerrero (derecha) es la actual presidente de la Asociación de Ganaderos Desplazados (ASOGRANJA) de San Martín, Meta.

Blanca Raquel Guerrero, la líder que rehizo su vida

Raquel Guerrero huyó de su hogar en Puerto Toledo, Meta, una media noche, en diciembre de 1998. Embarazada y huyendo con sus tres hijos pequeños y su esposo, Guerrero y su familia escaparon después de convertirse en blanco de la guerrilla local. Una unidad del Ejército colombiano había acampado en proximidad a su finca, lo que hizo sospechar a la guerrilla. Una hora después de partir el Ejército, un guerrillero le informó de la amenaza. Por eso, la familia huyó llevándose lo que pudo. Caminaron toda la noche, atravesando una montaña y vadeando el río Ariari. Al amanecer, en su camino se encontraron con el Ejército, que les ayudó a llegar a lugar seguro en la población cercana de San Martín.

Cuando vivían en Puerto Toledo, Guerrero y su esposo tenían una finca en la que habían criado unas cuantas reses para producir leche, pero su cultivo rentable era la coca. “En esa región no hay carreteras, no hay educación, no hay nada”, dice ella. Eso quiere decir que tampoco había ley. “Era yo, solo yo y otra vez yo”, dice Guerrero. Una bolsa de hojas de coca vendida a compradores locales sostenía a la familia.

Aunque la guerra ha terminado oficialmente, la violencia sigue siendo algo común en las zonas rurales. Los antiguos vecinos de Guerrero, en el Meta, fueron asesinados hace poco. “Yo pertenezco al grupo de víctimas que siente que el proceso de paz no es real”, dice ella.

Hoy en día, divorciada hace tiempo y madre de cinco hijos, entre las edades de 15 y 27 años, Guerrero es cabeza de familia y rehizo su vida “física, sicológica y moralmente”, dice ella.

En el corazón de esa transformación se encuentra la finca de aproximadamente 20 hectáreas, de la cual ahora ella es propietaria, a lo largo de un carretera sin pavimentar fuera de San Martín, en la región de la Orinoquia, rica biológicamente, donde los pies de los Andes se encuentran con las llanuras de pastizales tropicales. El gobierno finalmente le ofreció esta parcela que antes era de narcotraficantes. Cuando ella llegó en 2004, la parcela era matorral árido y no había árboles. Ella tenía una vaca y no tenía comida. Poco a poco,

ha plantado aproximadamente 6.000 árboles, agregado plantas nutritivas para el pastoreo de un hato de 17 reses para leche y carne, ha construido un estanque para peces y ha aprendido sobre otros recursos para habilitar a las mujeres a construir fincas sostenibles. “Realmente depende de nosotras construir vidas que tengan sentido”, dice ella.

Los hijos de Guerrero aún viven con ella, estudian en el pueblo y ayudan en la finca. “Cuando vuelven a la finca, cambian totalmente”, dice ella. Aquí es pacífico y el aire es limpio”, añade. “Tenemos salud y la satisfacción personal —no la obligación sino la necesidad— de retribuir al medio ambiente”.

 

Hoy en día, en su terreno hay tanto bosque como pastos, que sostienen a 17 cabezas de ganado porque “ahora hay mucho con qué alimentarlos”, dice ella. En comparación con otras fincas en la zona, donde el pastoreo ha dejado el suelo desnudo, la tierra de pastoreo de Guerrero está llena de capas densas de verdor, tiene suelos más ricos, está llena de aves y es frecuentada por mamíferos de la selva. Ahora, su casa está rodeada de huertos de árboles de mango y cítricos. Los árboles están esparcidos por los extensos pastos, los cuales están llenos de hileras de altos arbustos y de hierba espesa color esmeralda.

La experiencia de Murillo ha sido similar. Antes del programa, su finca tenía suelo rocoso, la hierba era corta y no daba sustento al ganado en el verano. Algunas reses murieron. Después de cinco años de ensayo y error, se abrió a nuevas ideas acerca de plantar árboles y arbustos. Sus vecinos eran incrédulos. “Se preguntaban qué iban a comer mis reses”, dice ella. “Cuando vi los beneficios para las reses y para la tierra, pensé que el proyecto excelente y seguí adelante con él.”

Hasta ahora, más de 17.800 hectáreas de bosques en todo Colombia han sido protegidas por acuerdos de conservación y 38.390 hectáreas de pastos estériles han sido transformadas sembrando 3,1 millones de árboles.

Los ganaderos también reciben asistencia técnica y préstamos con intereses bajos para comprar los arbustos que necesitan. El programa les ofrece cercas eléctricas para dividir los pastizales y mover el ganado a otros potreros, además de mangueras y bombas para llevar el agua al ganado, en lugar de hacer ir a los animales hasta donde pisotean las riveras y contaminan el agua. El suministro local de electricidad es malo, así que el proyecto ayudó a Guerrero a instalar paneles solares para operar las cercas eléctricas y las bombas de agua para el ganado. “Estas son cosas vitales para nosotros”, dice ella. “No nos importa si nos quedamos a oscuras en la noche, pero las reses necesitan agua”. El programa incluso asesora a los ganaderos respecto a los medicamentos para los bovinos que pueden ser perjudiciales para la biodiversidad del entorno.

Farm Rosania preserves forest on the property
Tree Hugger Silvopastoral methods, like those Blanca Raquel Guerrero practices on her ranch, can restore wildlife habitat while increasing food production. On Farm Rosania, TNC monitors how forage banks and living fences can improve biodiversity.

Guerrero hace parte de los 1.866 productores que reciben pagos del programa de financiación que cubre hasta un 15% del total de los costos para transformar sus fincas. En Colombia hay unas 60 fincas de demostración como las de Guerrero y Murillo donde se ofrecen tutoría y sesiones de capacitación individuales y en grupo.

En Suramérica, el monitoreo de la biodiversidad en sistemas silvopastoriles ha registrado más de un 30% de incremento en especies de aves. “Los sistemas silvopastoriles son peldaños importantes para las aves migratorias desde y hacia los diferentes fragmentos de bosque”, dice Zuluaga. Él añade que mejorar la biodiversidad ayuda a los ganaderos y las fincas porque atraen más animales e insectos que polinizan plantas, y comen y dispersan semillas.

 

Las fincas proveen ingresos sostenibles a miles de refugiados

En algunas zonas en las que ha trabajado Zuluaga, como el Amazonas, las actividades ilícitas como el cultivo de coca son comunes. “La gente está acostumbrada a recibir dinero fácil”, dice él. “Si la gente no tiene otras opciones, no va a cambiar. Ellos necesitan vivir”. “Las fincas proporcionan una fuente de ingresos y medios de vida sostenibles a las personas afectadas por el conflicto”, dice él.

En el Meta, 684 ganaderos se han unido al programa de ganadería sostenible. Hasta la fecha, un total de 4.100 ganaderos se han unido en todo el país, mientras que 24.416 han recibido capacitación y la están poniendo en práctica sin recibir apoyo continuo.

Hoy en día, la finca de Guerrero está mejor que nunca y la recuperación de bosques ha contribuido al retorno de muchas especies de aves. Su propiedad es un lugar de encuentro en el que ganaderos de la región discuten cómo podrían mejorar sus medios de vida.

“Yo estoy en paz con mi finca” dice Guerrero sentada en su patio cubierto desde el cual se pueden ver sus pastizales y el bosque. “Yo siento que he llegado a ser alguien”.

Sobre la autora

Lisa Palmer es profesora de comunicación científica en George Washington University y autora de Hot Hungry Planet: The Fight to Stop a Global Food Crisis in the Face of Climate Change (Un planeta caluroso y hambriento: La lucha para detener una crisis alimentaria mundial ante el cambio climático).